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Siguiendo con todas las acciones que entraña el registro de Roberto, y a fin de proteger al personaje principal de la historia, el siguiente paso que he dado ha sido el de registrar como marca y como diseño a Roberto. Esto se hace a través de la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM). Y aquí empieza una pequeña odisea dentro de mi gran aventura…

El pasado sábado por la mañana acudí a la sede de la OEPM en busca de información sobre cómo registrar un personaje de un cortometraje de animación. La OEPM está en un enorme edificio en Nuevos Ministerios (Madrid) pero, pese a verse desde cualquier lugar de la gran plaza que preside El Corte Inglés de Castellana, resulta harto complicado encontrar la entrada. Subí unas escaleritas que conducen a un laberinto de pasillos sin salida, y rodeé como buenamente pude el dantesco edificio hasta llegar a unas puertas. Estaban cerradas con chapas de metal soldado, y por las ventanas sólo vislumbré unas enormes oficinas aparentemente abandonadas desde hace eones. Sin embargo, sin cejar en mi empeño, busqué por los alrededores alguna señal divina que arrojase alguna luz de esperanza sobre mi decepcionada estampa. Et voilà! Un pequeño cartel rezaba “Entrada”, y debajo un icono que indicaba unas escaleras abajo. Frente a mí unas escaleras de incendio inaccesibles; como alternativa, desandar el camino y bajar por las escaleras que me habían conducido hasta allí. Opté por lo segundo y, una vez regresada al punto de partida, atisbé a lo lejos una posible entrada a la OEPM. Allí que me dirigí con mi carpeta llena de dibujos de Roberto bajo el brazo.

Esta vez hubo más suerte, y la puerta de entrada era la correcta. Tras pasar el bolso por un detector de bombas y pasar el cuerpo por un arco detector de armas, un encargado de seguridad me pidió el DNI y me preguntó qué venía a hacer. Lo cierto es que me sentí un poco estúpida, y tímidamente dije que sólo quería información. “Primera planta, subiendo las escaleras”. Subí las escaleras y llegué a la primera planta, donde un enorme mostrador vacío me esperaba.

Me acerqué con mi tremendo despiste a una mujer entrada en años, y le conté mi historia. Mire usted, es que estoy haciendo un corto de animación, y quería registrar el personaje principal. Tardamos la friolera de 15 minutos en entendernos mutuamente (se dice pronto, pero 15 minutos hablando con un funcionario es toda una eternidad). La mujer me ofreció opciones difusas y hasta contradictorias de lo que debía hacer, siempre adornadas por millones de datos que, además de entrechocar en mi cabeza y confundirme más, siempre dan la impresión de que te han ayudado mucho porque TE HAN DADO MUCHA INFORMACIÓN. Tooootal, que terminó dándome un folleto informativo que aún no me he atrevido a ojear, y un papelito con una URL al que me así rauda y veloz como si todas las respuestas del universo estuvieran allí… Es lo que tengo, que veo una URL y me tranquilizo: Internet, informática, casita, tranquilidad para leerlo todo despacito…

La verdad es que abandoné el edificio bastante confundida, y con pocas pistas de lo que debía hacer. Como pude comprobar más adelante, lo poco que creí entender aquel día no era correcto en absoluto.

[TO BE CONTINUED...]