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Tras la visita informativa a la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM), al menos tenía claro que para registrar a Roberto tenía que presentar 10 dibujos del personaje en diferentes perspectivas y posturas. Así que el lunes mismo me puse manos a la obra. Dediqué este primer día a hacer esbozos a lápiz, y a buscar imágenes que me sirvieran de inspiración para los ángulos difíciles. Por la tarde había decidido ya los 10 diseños que presentaría y me dediqué a hacer los dibujos definitivos.

Como ya tenía los 2 Robertos terminados que presenté junto con el guión en el Registro de la Propiedad Intelectual, decidí realizar los 8 restantes utilizando la misma técnica. Básicamente se trata de escanear el dibujo a lápiz, y después realizar el entintado y el coloreado utilizando un software que permita trabajar con trazados de curvas bézier (del tipo Adobe Illustrator o Photoshop). El resultado es un dibujo muy limpio que además puede ser redimensionado sin perder un ápice de calidad.

Cuando me acosté el lunes, había conseguido acabar un Roberto más y también diseñar y terminar el logo de la marca.

El martes fue también un día exahustivo y, apenas parando 15 minutos para comer, conseguí terminar los 7 Robertos que restaban para completar el registro. Así pues, ya tenía todo el material para poder hacer el registro al día siguiente.

El miércoles me levanté temprano para preparar todo el material, y revisar la normativa y formularios para registros en la web de la OEPM. A medida que iba leyendo las instrucciones, me angustiaba más. Lo que ponía allí no se parecía en nada a lo que yo había entendido el sábado anterior durante mi visita a las oficinas. Cuando terminé de ojear la web, no tenía claro si debía registrar una marca, un diseño, llevar los Robertos con el logotipo, sin él, o el tamaño de los mismos… ¡Qué horror! Me puse muy nerviosa y escribí a mi gran amigo Javier Paz, que de estos temas sabe mucho, por si él podía ayudarme. En seguida me contestó con un montón de información, aunque sin resolver mis dudas. Mi caso es diferente al suyo y, como pude comprobar más adelante, es un tipo de registro muy peculiar sobre el que cada persona tiene su propia opinión.

Respiré profundamente. No pasa nada. Todo tiene solución. En un periquete me hice 3 posibles versiones para cada uno de los diseños y me fui al Work Center de mi barrio con los 30 dibujos diferentes en un pen drive. “Buenos días, quiero una copia de cada uno, respetando el tamaño original de cada imagen”. “Muy bien, son 145 euros”. Vale, claramente me pasé de lista… Pasemos al Plan B.

Decidí pues que lo mejor era ir a la OEPM a informarme bien de cómo tenía que presentar los diseños. Pasé el control de seguridad, me dieron la tarjeta de visitante, y subí a la primera planta de nuevo. Esta vez, la oficina estaba atestada de gente que entregaba papeles, clamaba al cielo, consultaba datos en unos ordenadores a disposición del público, y correteaba alarmada de un sitio a otro. Mierda. Tenía que haber madrugado más.

Saqué un número y esperé a que fuera mi turno. Me dirigí a mi ventanilla y le expliqué mi caso a una mujer que en seguida empezó a recitarme de carrerilla todo el proceso de registro, aportándome datos con muy buena pinta e ilustrándolo todo con un ejemplo realmente clarificador que le otorgó al discurso un empaque que no dejaba lugar a dudas. Me dio un cartapacio rosa con los papeles necesarios para el registro de un Diseño Industrial, y me explicó que podía presentar hasta 10 diseños en el mismo registro. Tal y como sospeché después de ver el formulario en casa, los dibujos no se presentaban en DIN A4, si no que el formulario contaba con unas páginas especiales con los datos del diseñador y un recuadro dentro del cual debía recortarse y pegarse cada uno de los diseños. Para el registro de la marca debía utilizar los ordenadores y la impresora que había en la sala para obtener  mi propia copia del formulario. Fenomenal, pues parecía que iba a ser todo la mar de sencillito.

Como todos los ordenadores estaban ocupados,  decidí adelantar trabajo e ir primero a imprimir los diseños y el logotipo de mi marca en la forma que la eficiente funcionaria me había indicado. Así que, con mi cartapacio rosa y mi pendrive en el bolsillo, entré  en el Work Center que hay cerca de Nuevos Ministerios. Afortunadamente una de las versiones que había preparado de los diseños era la correcta, así que lo único adicional que tenía que hacer era imprimir 5 copias del logotipo de la marca. Le expliqué al chico que debía imprimir una serie de ficheros en su tamaño original sin que se ajustaran automáticamente a DIN A4, y tras un pequeño rifirafe porque pretendía cobrarme 1€ más por cada “apertura de fichero”, sacamos sin problema los 10 Robertos y las 5 copias del logotipo. El Work Center de Raimundo Fernández Villaverde tiene una planta superior con mesas y una guillotina que puedes usar para cortar tus papeles. La verdad es que me vino de perlas, y recorté tranquilita todos mis Robertos para que cada uno cupiera en el recuadro de las páginas destinadas a los diseños. Mientras le daba estopa a la guillotina, ziszas ziszas, me di cuenta de que si no hubiera consultado las dimensiones en casa y me hubiera presentado aquí con mis A4 para imprimir, la única forma de haber conseguido que Roberto cupiera en el recuadro del formulario era haberle cortado una manita, ziszas. Vamos, que fíjense qué problema si el señor revisor se hubiera pensado que lo que yo quería registrar era un manco con alas! Pues de esta nimiedad del tamaño, que desde luego importa, nadie me había avisado.

Una vez terminé mi labor de recortes, me dirigí de nuevo a la OEPM con mi cartapacio rosa y una carpetita llena de Robertos y de logotipos de la marca recortados. Esta vez avisé al guarda de que había estado hacía una media hora en el edificio, por si aún tenía por ahí mi tarjeta. Se ve que no, que se autodestruyen ipso facto según el visitante abandona las oficinas por motivos de seguridad, pero al menos bastó con decirle mi NIF en lugar de tener que rebuscar en el bolso con mis doloridas manos heladas.

Volví a la primera planta, y esperé un poco a que quedase libre uno de los ordenadores. Me senté y abrí el enlace directo a Registro de marcas mixtas (nombre + logotipo) para encontrarme con un formulario que no parecía muy complejo. Y digo parecía, porque bajo el epígrafe LISTA DE PRODUCTOS Y SERVICIOS se escondía la trampa mortal que me tuvo todo el día al borde del ataque de nervios. En este primer momento, pensando inocentemente que me habían dado la información correcta en este sentido, enumeré los tipos que me había indicado la mujer que me atendió con tanta eficiencia. Imprimí el formulario relleno, y cogí número para el mostrador.

Esta vez me atendió otra señora. La misma, por cierto, que me había informado durante mi primera visita del sábado anterior. Admito que pequé de lista, y le endosé todo el papelamen mientras explicaba brevemente que quería registrar una marca mixta y un diseño industrial, y que ahí estaban todos los papeles y diseños. “Vamos a ir poco a poco”. Pasamos en primer lugar al diseño. Todo le parecía en orden, y me explicó cómo rellenar algunos campos que yo había dejado en blanco en espera de un poco más de información. Cuando me preguntó que cuántos diseños iba a aportar y le respondí que 10, me señaló unas tijeras y una barra de pegamento que había encima del mostrador y me dijo que tenía que pegar cada diseño en una de las hojas con recuadro del formulario. “Pero… pero si aquí sólo me habéis dado una” “Claro, tú tienes que sacar el resto” “Ah! ¿Y podéis sacármelas aquí?” “No hombre no, te vas tú a hacer las fotocopias”. ¡Pues me lo podían haber dicho antes del paseito de ida y vuelta al Work Center!! Uffff, bueno, no pasa nada. Respiré profundamente y asumí que, con el frío polar que hacía en Madrid esos días, me tocaba otra media hora de ir y venir por culpa de las dichosas fotocopias.

Pasamos al formulario del registro de marca. Me indicó dónde tenía que pegar las 5 copias del logotipo y, cuando llegamos al epígrafe maldito… no lo vio claro. Me hizo explicarle para qué quiero registrar la marca, y le solté una vez más todo el rollo, incidiendo en que su compañera de al lado era la que me había dicho que pusiera esos tipos de producto. Nos enzarzamos en un diálogo de besugos de 5 minutos tras el que ninguna de las dos había conseguido entender lo que la otra trataba de explicarle. Finalmente, me remitió a los ordenadores para que consultara de nuevo los tipos de productos y actividades que hay, y abandoné el mostrador.

Me senté en los ordenadores, y volví a leer la misma lista con la misma información en mi cabeza, llegando por supuesto a las mismas conclusiones o, mejor dicho, inconclusiones de antes. Resoplé, miré el reloj, y decidí dejar para luego este tema. Dado que ya se acercaba la hora de cierre, volví al Work Center para intentar al menos resolver el tema del Diseño Industrial.

Entregué de nuevo mi tarjeta de visitante en el control de seguridad, advirtiendo con una sonrisa amarga que volvería en breve. “Vaya, ¿no ha habido suerte?” “Pues de momento no, porque me van dando la información por capítulos y tengo que volver a hacer fotocopias”.

Otra vez la caminata hasta el Work Center, ahora frustrada y cabreada, bajo el inclemente tiempo de Febrero. Pedí las 9 fotocopias de la famosa página para el diseño y, ante la perspectiva de volver a la oficina llena de gente tan desesperada como yo (ahora entendía sus hictus desencajados y cansados) a montar los dibujos en el formulario, compré una barra de pegamento en barra y me subí a la planta de arriba a hacer el trabajo de manualidades tranquilamente.

Me senté en una mesa, saqué los Robertos y los formularios, y terminé de pegar dibujitos tranquilamente. Embadurnar los diseños y pegarlos con cuidado en cada una de las 10 páginas del formulario me llevó su tiempo, así que al salir del Work Center en dirección a la OEPM, comprendí con amargura que ya era imposible llegar a tiempo. Más frustración. Toda la mañana perdida para nada. Tras el primer impulso de abandonar y volver a terminar la faena al día siguiente, decidí llamar a Javier Paz por si le apetecía comer conmigo. Sus oficinas están muy cerca, y a las 4 la OEPM volvía a abrir. Aceptó encantando, y me desahogué contándole la peripecia.

A las 4 menos diez atravesé de nuevo las puertas del edificio de la OEPM, y volví a acreditarme. Subí las escaleras a la primera planta una vez más y, ante mi asombro, no había nadie a mi lado del mostrador. “Será porque aún no son las 4, claro”. Lo malo era que tampoco había nadie al otro lado del mostrador. Unas voces me guiaron hasta una sala donde parecía haber gente. Era un grupo de chicas que se marchaban a comer, y que ante mis súplicas avisaron a un señor que emergió de entre las profundidades de librerías y despachos para atenderme con cara sorprendida. Me explicó que la oficina estaba abierta para entregar documentación, pero que si aún no había hecho el pago de tasas, no podía hacer nada hasta al día siguiente por la mañana. La oficina de La Caixa había cerrado a las 2, y lo único que pudo hacer por mí este amable señor fue revisarme por encima los papeles y entregarme los formularios de liquidación para los registros.

Pues nada, con cara de tonta me volví para casa, sintiéndome más estúpida que en toda mi vida. El día siguiente sería otro día, a poco, mejor que aquel.

[TO BE CONTINUED...]