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El jueves por la mañana madrugué para estar a las 10 en punto en la puerta de la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM). Con los dos carpetones que conseguí el día anterior para hacer los registros pertinentes, todos los papeles rellenos como Dios me dió a entender y los formularios para el pago de tasas preparados, atravesé por última vez la entrada del edificio. El personal de seguridad me saludó con amabilidad, haciéndome bromas sobre si volvería a visitarlos en adelante. La verdad es que toda la frustración del día anterior había desaparecido y me encontraba de un humor espléndido, y con muchas ganas de hablar y bromear. Estaba segura de que, me llevara lo que me llevara, aquel era el día en que conseguiría hacer por fin el registro.

Subí de nuevo a la primera planta, y de nuevo me encontré con mi vieja conocida de días anteriores. Se acordaba de mí y se extrañó de que no hubiera sido capaz de terminar mis asuntos el día anterior. Le di los buenos días con una gran sonrisa y le extendí los papeles desafiante. Le echó un vistazo primero al Diseño Industrial, y le pareció que todo estaba en orden.  Al llegar a la Marca, en cambio, tuvimos problemas. El famoso epígrafe de productos y actividades seguía sin convercerle. Gracias a dios, mi funcionaria no vio claro el asunto y, dado que no sabía decirme qué debía de poner, me mandó a preguntar al piso 12, donde estaban los revisores del registro de marcas… Los revisores!!!! Información de primera mano!!!! ¡¡¡¡¿Y me entero de la existencia de la planta 12 AHORA?!!!!. Allá que me fui.

En la planta 12 había un señor amabilísimo y enteradísimo que, tras mis explicaciones, me dijo que un personaje no era una marca, y que Roberto ya estaba protegido en el Registro de la Propiedad Intelectual. No supe explicarme muy bien, ustedes sabrán perdonarme, después del lío que me llevaba encima todos esos días. Lo que sí veía bien este señor era que registrara el diseño, y por suerte para mí me dijo que en la planta 7 estaban los revisores de Diseños Industriales. Total, que abandoné la planta 12 con el convencimiento de que no debía registrar la marca Roberto. Mientras esperaba el ascensor llamé a Javier Paz. “Javiiiii, que me han dicho que no tiene sentido registrarlo como marcaaaaa” y después le referí la conversación con el experto en marcas. Javier seguía empeñado en que había que hacerlo y ciertamente, mientras hablaba con él, me di cuenta de que efectivamente yo tenía una marca que registrar, y que le había contado mal la historia al experto.

Bajé a la planta 7 y una mujer también amabilísima y enteradísima me revisó los papeles del Diseño Industrial. Me corrigió y aconsejó un montón de cosas y se ofreció a revisármelo de nuevo cuando hubiera hecho las modificaciones pertinentes. Así que me senté en una mesa libre de la oficina, y arreglé el formulario cuidadosamente, mientras escuchaba los chascarrillos de sus compañeros, y comentaba con ella mi diseño. Me dio el visto bueno y le di mil gracias.

De vuelta a la planta 1. De vuelta frente a mi archienemiga, dicho hoy desde el mayor de los cariños, con el papelamen “terminado”. El diseño industrial perfecto, pero de nuevo nos topamos con el asunto de la marca. Tras explicarle lo que me había dicho el experto en marcas y que yo seguía creyendo que era una marca, yo misma le dije “Voy a volver a subir, para quedarme tranquila. Ahora vuelvo”. Me sonrió y con ojos un poco temerosos me gritó mientras me alejaba “Pero no le digas que aquí abajo te hemos dicho que vuelvas! Que luego se enfadan con nosotros”. Jajaja, con razón, señora… Con razón.

Volví a la planta 12. Me senté de nuevo frente al señor amable, esta vez con el discurso estudiado en el ascensor, y le expliqué porqué quería registrar una marca. “Eso sí. Eso sí tiene sentido”. Me sonrío. Le sonreí. Se sumergió en su ordenador, y al cabo de unos segundos, giró el monitor para mostrarme un listado exhaustivo de actividades apropiadas para mi marca. Me ayudó a escribir el texto adecuado para mis actividades, y me despidió con una amable sonrisa. Mil gracias.

Ahora sí, volví a la planta 1 con una enorme sensación de satisfacción. Los expertos me habían resuelto lo que hace un par de días parecía irresoluble, y además con la seguridad de que todo iría como la seda. Mi funcionaria revisó los papeles por última vez, orgullosa de que finalmente lo hubiera conseguido y viendo esta vez todo claro, como si al fin hubiera puesto lo que ella me había estado diciendo desde el principio. “Puedes abonar las tasas en la oficina de La Caixa que hay aquí mismo y entregarlo todo al final del mostrador”. Os juro que sentí ganas de besarla, pero me limité a darle unas sonrientes gracias.

Y a partir de aquí todo fue sobre ruedas. Me embargaba una sensación de triunfo, de orgullo y de satisfacción indescriptible. Pagué mis tasas y entregué mis papeles. Los señores que hacían efectivo el registro eran unos cachondos, y bromearon sobre si Roberto era Buda o luchador de sumo. Me felicitaron cuando me entregaron mis copias, y les advertí que en un par de años quizás vieran a aquel Buda en alguna parte. “Pues si es así, acuérdate de que participamos un poquito ;)”. Me despedí de los guardias de seguridad, y salí al sol de la calle. Javier Paz justo me llamaba de nuevo. “Ya está todo, Javi. por fin!” “¿Bajo qué epígrafes has registrado la marca? [...]. Ah, perfecto, me acaban de llamar para decirme precisamente lo mismo”. Pues de puta madre!!! Ahora sí que sí, este episodio tan prosaico de mi aventura está resuelto y por fin puedo seguir trabajando en lo que de verdad me interesa, con toda tranquilidad.

Para aquellos que estéis interesados en hacer un registro de guión, marca o de diseño industrial, os dejo un tutorial para dummies ;).

Gracias de corazón a Javier Paz por su apoyo y por toda la ayuda prestada.

[TO BE CONTINUED...]